Nos creemos que vamos a vivir para siempre y cuando se va un amigo y vemos que no, por unos días, unos momentos, nos dejamos de tonterías.
La muerte, aunque pase lejos, te sume durante un instante en un estado de lucidez vulnerable y reveladora que señala lo que has hecho mal, o lo que pudiste hacer y no hiciste, con un dedo acusador afilado como un puñal. Quieres cambiarlo y te gustaría haber hecho las cosas de otra manera, pero es tarde. Si no eres persona de fe, sólo hay un consuelo. ¿Hemos hecho todo lo que hemos podido? Me gusta decir, por obvio que sea, que el que hace todo lo que puede no está obligado a más.
Creo que la muerte de alguien a quien quieres no se supera nunca, pero se aprende a vivir con ella. Hay que aprender a llenar el vacío que dejan los que se van. No hay alternativa, por mucho que nos duela.
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